Te voy a contar aquí cómo podrías identificar sus efectos y saber qué hacer con ellos.
Probablemente hayas escuchado de algunas historias bíblicas en donde citan a una serpiente conquistando a una mujer y a un hombre con sus argumentos. Dentro de la historia, las personas hablaron a la serpiente, ¿de qué trata tu idea?, ella respondió, de elegir de qué lado debes estar, del bueno o del malo; a lo que ellos preguntaron, ¿y cómo sabemos cuál es el lado bueno y cuál es el lado malo?, allí la serpiente dijo: “usen su juicio”, pero, ¿Cómo lo usamos? y la serpiente los tentó a probar de una fruta cuyo contenido les haría obtener esta sabiduría para discernir. Se dice que a partir de ese momento la humanidad empezó a usar el juicio los unos contra los otros, empezó la batalla de la no aceptación a la diversidad, la lucha por tener la razón, la creencia de una realidad única y verdadera, la importancia de “la forma”, dejando “al fondo” en el mismísimo fondo.
Cito esta introducción solo para adentrarme en el tema, respetando las creencias individuales, y valiéndome de ella para ponernos en contexto de cómo es que la mayoría del tiempo estamos usando nuestro juicio. Pero ¿Qué es el juicio?
El Diccionario de la Real Academia Española, cuenta con muchas acepciones de esta palabra, sin embargo, voy a tomar dos de ellas para acercarnos a lo que diariamente vivimos. Una es racional y la otra es un poco más holística.
Una dice que el juicio es la relación lógica entre dos o más conceptos, y la otra, que es la facultad del alma, por la que el hombre puede distinguir el bien del mal y lo verdadero de lo falso.
Si nos fijamos bien, en ambas definiciones existe el mismo poder del hombre para dar una connotación a lo que percibe, esto podría traducirse en que somos los responsables en todo momento de esa relación lógica para quedarnos con una apreciación, que luego tendrá para nosotros un significado (bueno o malo, cierto o falso) que nos llevará a tomar una actitud y unas decisiones que irán determinando el curso de nuestro destino.
Entonces, si nuestra vida depende de nuestras decisiones, también nuestras decisiones dependen de nuestros juicios. Esto hace que se torne muy interesante conocer las raíces del juicio para llegar así al fondo de este asunto.
Hoy en día existen infinidad de autores que hablan en sus libros acerca del tema, incluso los más renombrados Bandler y Grinder con su código de programación neurolingüística, tratan al juicio como una capacidad adquirida, como consecuencia directa de las influencias que tuvimos en nuestra crianza, el entorno y la cultura social del lugar en donde crecimos. Estas teorías resultan lógicas y productivas al investigarlas y entenderlas, ya que ciertamente cumplen las expectativas que prometen, de proveerte herramientas que te permitan conocerte, dar un nuevo significado a las cosas y relacionarte mejor con tu entorno. Sin embargo, no es algo que podamos aprender desde niños, este tema aún no está incluido en los sistemas de estudios iniciales, lo que ha dado cabida a que el despertar ocurra en edades ya maduras, cuando ha sido la misma vida quien se ha encargado de enseñarte en sus distintas formas.
Ahora bien, al enfocarnos en que el juicio «es una facultad del alma», podríamos aprovecharnos de dicha capacidad para relacionarla con el bien ser y el bienestar. Por eso quiero compartir contigo algunas preguntas que internamente pudieses hacerte cada vez que te descubras en situaciones que ameriten tu juicio, o mejor, vamos a llamarlo percepción, para que ésta luego se convierta en juicio.
Es un ejercicio que te permite estar atento a tus pensamientos acerca del aquí y el ahora, de cuestionar constantemente cómo está sintiendo tu cuerpo esos pensamientos, qué reacciones están generando en ti y cómo estas reacciones están afectando tu forma de actuar y de relacionarte con tu entorno.
Se trata de tener presente varias preguntas que en su momento apliquen, por ejemplo…
- ¿Cómo me afecta directamente que esto o aquello esté pasando?
- ¿Qué podría hacer yo para que lo que observo cambie?
- ¿Cómo me está haciendo sentir lo que estoy pensando?
- ¿Esto que estoy pensando realmente es cierto?, comprobable? o lo estoy suponiendo?
- ¿Cómo me gusta sentirme generalmente?
- ¿Esto que pienso contribuye o se aleja de cómo me gusta sentirme?
- ¿Qué hace que yo piense así acerca de…?
- ¿Qué o quién, está influyendo a este pensamiento?
Y así pudiese generarse un sinfín de reflexiones desarrolladas en un diálogo interno muy nutrido, un momento que te hará tomar decisiones congruentes contigo mismo. Es tu tiempo, tu pausa, tu espacio, nadie lo puede alterar, tú eres responsable de elegir qué es lo que más te conviene pensar, entonces… ¿vale el tiempo para hacerte estas preguntas?
Las respuestas vendrán siempre que hagas las preguntas, y generalmente sabrás que son adecuadas para ti cuando sientas el bienestar, esta es la señal, atiéndela.
Hay maneras de conocerte y dedicarle atención a esa facultad de pensamiento única e inagotable, de la cual dependen tus formas, tu personalidad y tus relaciones; ésta es una de ellas. Eso que llaman “el sano juicio”, realmente es convertirlo en bienestar para tu ser y tú puedes decidir conseguirlo.
Así pues, cuestionando tus pensamientos podrías acercarte de una manera rápida a esa grandeza y objetividad que llamamos asertividad, estar seguro y sentirte bien antes de emitir un juicio, forjará tu personalidad y contribuirá con tu paz interior a la vez que construyes relaciones satisfactorias.