Cómo desde temprana edad puedes aplicar la inteligencia emocional en el manejo de la tecnología y sus entretenimientos?
La familia es la primera escuela de tus valores humanos, ya sean tus padres, o tus abuelos o el conjunto de personas que se encargaron de apoyarte con tus necesidades básicas mientras no podías valerte por ti mismo. Allí de alguna forma aprendiste mediante “el modelaje” el uso de tu libertad. Por eso hay inclinaciones desarrolladas en tu niñez que forjan tus formas de pensar (creencias) y permanecen toda tu vida de una determinada manera porque consideras valioso ese modo de actuar que se incorporó en ti desde la infancia, como mecánicamente, y te justificas con “a mí me enseñaron así” o “yo soy así y me funciona bien”. Hoy todo es muy distinto y las diferentes ciencias del comportamiento gritan a toda voz que es decisión tuya, reprogramar las creencias que no te funcionan y cambiarlas por otras que si.
La tecnología nos arropa, y la información está muy a la mano, casi que a un clic de distancia nos podemos informar de cuánta pregunta nos llegue a la mente, en un abrir y cerrar de ojos ya está a la disposición, es casi adictivo. Esto también ha influido en que reinen la ansiedad y la prisa tecnológica en todo lo que respecta a nuestra vida cotidiana, y como parte de la familia necesitamos re-educarnos y educar a los que nos miran, para alimentar “la capacidad de esperar”. No se trata de prohibir a los niños que jueguen con los dispositivos electrónicos, sino de encontrar la forma de generar en ellos, la capacidad de diferenciar, que en la vida tecnológica y la vida cotidiana existen diferencias en la velocidad. La postergación no es negarles el deseo, sino diferir su satisfacción. Cuando los niños o adolescentes no son educados para aceptar que algunas cosas deben esperar, se convierten en atropelladores que someten todo a la satisfacción de sus necesidades inmediatas y crecen con el vicio de “¡quiero y tengo que, ya!”. Este es un gran engaño que no favorece la libertad, sino que la enferma. En cambio, cuando los educamos para posponer algunas cosas y esperar el momento adecuado, les estamos enseñando lo que es, ser dueño de sí mismo, entrenar la paciencia que les hace autónomos ante sus propios impulsos y a la vez estamos enriqueciendo su autoestima, también aprenden a respetar la libertad de los demás. Por supuesto que esto no implica exigirles a los niños que actúen como adultos, pero tampoco cabe menospreciar su inteligencia emocional de crecer en una libertad responsable de sus comportamientos y percepciones ante situaciones.
El encuentro educativo y el trato emocionalmente inteligente entre padres e hijos, puede ser facilitado o perjudicado por las tecnologías de la comunicación y la distracción cada vez más sofisticadas. Cuando son bien utilizadas pueden ser útiles para conectar miembros de la familia a pesar de la distancia, pero debe quedar claro, que no sustituyen la necesidad del diálogo más personal y profundo que requiere del contacto físico.
A veces sabemos que estos recursos “alejan en lugar de acercar”, como cuando en la hora de la comida, cada uno está concentrado en su teléfono móvil. Si vas más allá, y analizas esta situación, físicamente, nadie está con nadie, porque ni siquiera con quien te estás comunicando virtualmente estás. Ya luego lo físico pierde la prioridad, porque el hábito emocional al que estás acostumbrándote prevalece.
Puedo garantizarte que ¡si puedes organizar las prioridades!, ¡si está en tus manos trabajar con las emociones físicas tuyas respecto a las de los que te rodean!, ¡si puedes tomar acciones que impulsen el contacto físico (verbal y emocional) entre los miembros de tu familia mientras estén juntos!. Piensa que es tan importante, que hasta la tecnología usa los emoticones para suavizar o enfatizar la comunicación entre las partes.
Entonces has un equilibrio, no se trata de quedarte rezagado versus la tecnología, pero sí de saber cuándo es el tiempo preciso de usarla en favor de enriquecer tu inteligencia emocional y la de los tuyos.